[Esperanza]
Año 1957, voy caminando muy despacio hacia el mar, bajo por la Cuesta de la Playa, y cuando digo cuesta no solo me refiero al nombre de la calle; las cuestas en Tanger son montañas que hay que escalar, montañas llenas de interminables escaleras. Por fin llego a la avenida de España, pero no me decido a qué balneario ir, así que los voy recorriendo uno a uno (Miramar, Neptuno, Coco beach, Tres carabelas, Coup de reoulis, Recreativo, Yach club). Entro en el de Los Hoteles asociados, uno de cuyos fundadores fue el hotel Cecil, que pertenecía a mi familia; bueno no me alargo más y cuento lo que vi en la playa y a quién vi.
Abdelah me ofrece una cabina y, naturalmente, un sombrilla que ,literalmente, clava muy cerca de la orilla, el griterío de los niños es ensordecedor pero muy agradable, algunos metros mar adentro veo la balsa repleta de intrépidos bañistas que se tiran de cabeza desde los dos trampolines; hoy no hace viento de levante y gracias a eso la finísima arena no te molesta en las piernas; los días de levante los granos de arena te hacen un daño parecido al de miles de agujas pinchando tu piel; no descubro nada al decir que la arena, ademas de finísima, es de un blanco que deslumbra.
Muy cerca de mi sombrilla está Barbarita, la ahijada de Barbara Hutton a la que conocí cuando vino con su, creo, tercer marido, Cary Grant, que por cierto no me pareció tan atractivo como aparecía en la películas, y lo más raro es que no flirteó conmigo, algo habitual en los maridos de raros matrimonios. Bueno, pensad lo que queráis, pero ni siquiera me dio un pellizco al darme un beso al despedirnos.
Me acerco a la terraza, está llena de mamás, y oigo que una niña de no más de cinco años le dice a una señora que está con otro niño:
—¿Usted es la mamá de Quique?
—Sí, bonita. —Le responde.
—Pues dígale que no vaya con otras niñas, porque yo soy su novia.
Quique, cuando era ya mayor, me contó bastante de su vida, y ahora quiero reescribir un par de esos recuerdos; luego, más adelante, contaré sus innumerables negocios y los proyectos que llevó a cabo en su vida. Me dice que el resumen de sus vida es "Dos divorcios, dos hijos, dos nietos, un Mercedes y un Rolex."
[Enrique]
Recuerdo de forma imborrable, cada día, el olor y la textura del flotador de publicidad de crema Nivea, mi salvación a la hora de pasar desde la orilla a los no más de treinta centímetros de agua; me acuerdo de olas que venían a tragarme y llevarme hasta la balsa, lejana balsa a donde teníamos prohibido ir, a la que solo los mayores, los muy mayores llegaban nadando. Allí había dos trampolines y montones de muchachas y muchachos. Si mi memoria no me falla, solo fui tres veces a la balsa y solo logro acordarme con detalle de dos de ellas: la primera fui nadando a braza, sin mirar lo lejos que la playa estaba, se movía a mi espalda y la veía de reojo a escondidas como desaparecía y volvía a aparecer; volví nadando con los ojos cerrados. La segunda nadé a toda velocidad y solo me detuve casi al llegar al tocar una de las cuerdas que la sujetaban a la arena, metí la cabeza para ver donde estaba el fondo y fue cuando descubrí el infinito; todavía siento el dolor de estómago y la sensación de no ver el final, de ver y descubrir el infinito. La tercera y sucesivas veces fui nadando en sueños, en pesadillas, en donde el despertar me salva del infinito, de mirar abajo, detrás y atrás.
[Esperanza]
Mi día de playa termina, pues debo de volver al año 1923 porque he quedado con Mariano en el Hotel Cecil; ir caminado entre palmeras me hace sentirme fresca aunque el calor aprieta y mucho. Allí esta Mariano en la gran terraza con el caballete preparado para pintarme.
Capitulo 3