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Capitulo 2

[Esperanza]

No puedo ni siquiera pensar en continuar estas cartas sin describir dónde nací, dónde viví mis primeros y únicos años, y en donde me reencuentro cada día, cada semana, con mi amor; con ese amor al que nunca jamás pude tocar, pero al que ahora sí acaricio, y lo toco, y sobre todo lo siento; naturalmente hablo de Villa Eugenia. 
Los detalles de metros cuadrados y metros edificados son parte de la información para su puesta en venta, algo imposible por lo que más adelante explico. 
La entrada es por el sur, es decir por la calle de Marco Polo, aunque actualmente se cambio la entrada por  Mohamed V, en la  esquina del hotel Rembrandt. Entrar por la puerta de servicio se convirtió en el acceso principal, la cocina y algo así como el vestíbulo; a la izquierda la escalera, al frente el despacho y a la derecha algo impresionante: el comedor-sala de estar, con una radio Phillips que siempre tenía alguna emisora sintonizada.
Quiero, de una forma quizás poética, como Enrique describe el jardín, y sobre todo la pérgola, imborrables y permanentes en mi memoria.

[Enrique]

La pérgola 
¿Oyes el olor de las rosas y de los geranios? ¿Escuchas el silencio de las hojas? Si tu respuesta es no, es porque nunca estuviste en la pérgola de Villa Eugenia, cuatro escalones que solo pudimos saltar cuando ya creíamos que éramos muy mayores, un banco de hierro que estaba hecho de hierro, es decir, para ser visto y no para ser sentado, paso obligado para ir al columpio, paso obligado para ir a los eucaliptos y, sobre todo, paso obligado para jugar al escondite. Rosas que no te delataban, hojas que escondían el ruido de tu corazón, entonces el ruido de tu corazón te delataba, hoy es el silencio de tu corazón es el que nos delata. ¿Empiezas a oír el olor de las rosas y los geranios?

[Esperanza]

En los próximos capítulos describiré con detalle la villa y sus jardines. Ahora quiero hacer un pequeño resumen de las personas que he conocido en estos más de cien años, seguro que se me olvidan —quizás intencionadamente— algunos nombres;  pero son muchos, muchísimos, los que que poco a poco irán apareciendo en mi vida y en las vidas de una Tanger viva y que no quiere ni morir ni cambiar. Me acuerdo del Dr. Sirvent y del Dr. López Arriba, de sus hijos, de sus vecinos, de las familias Inza, Cerdeira, Alcaine, Petri, Garibaldi, Marta Ruspoli, Anselmo Ravella, Ribbi. Beneditti, Messina, Toledano Laredo, Elisa Chimenti,  … y tantos y tantas personas que necesito un libro —este libro— para ir contando mis vivencias.

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