Capitulo 6
[Esperanza]
1982. La preparación de mi primer viaje a Israel no es sencilla, ya que mi primer intento, en el año 48, fue un tremendo fracaso. En aquella ocasión viajé a Gibraltar en el transbordador; todo iba bien, de hecho me encontré con varios conocidos que también viajaban a Israel, ahora bien, no solo no tenía visado para entrar en el nuevo país sino que además viajaba con pasaporte inglés, en resumen, de forma no muy amable no me dejaron subir al barco que vía Chipre me habría llevado hasta Haifa.
Hoy es diferente: primero vuelo a Madrid, desde el aeródromo de Tánger. Por la ventanilla del avión veo nítidamente a mi querido Gibraltar mientras recuerdo la leyenda de que mientras haya monos en el peñón, este seguirá siendo colonia británica y sus habitantes tendrán esa nacionalidad; como prefiero no hablar de política, lo dejo como mera leyenda que, por cierto, me gusta. Siempre llevo en mi bolso y en mi corazón la postal que Mariano me escribió desde Gibraltar en el año 1903.
Aterrizar en Madrid me trae muchos y bellos recuerdos, decenas de tangerinos que se instalaron en la capital y que solamente se trajeron de Tánger sus recuerdos, sueños y sobre todo el amor que transmiten a sus hijos y nietos, ese amor que siempre sale a relucir en cualquier conversación en la que se menciona la palabra Tánger.
Llego al hotel en plena Gran Vía, justo al lado de la tienda de Emergui, llena de las figuras de Lladró (alguien me comentó que es la tienda que más vende estas porcelanas en toda España). Sigo mi paseo y naturalmente meriendo unas tortitas con nata y chocolate en la cafetería Morrison (Morice y Sonia) de otro tangerino (me siento agradablemente rodeada de paisanos, gente de mi ciudad). Tengo mi primer encuentro, aunque él no me ve, con Alberto Gómez Font, lingüista y corregidor —el diría corrector— de esta novela; decir que me llamó la atención su cuidado vestir y sobre todo su perfecto bigote es obvio, pero verlo de cerca sin que él pueda verme a mí me hace sentir no vergüenza pero sí algo de bienestar que no debería confundirse con placer, aunque aquí miento un poco.
Llego al aeropuerto muy temprano, con mi pasaporte, mi billete, y una postal en la mano. Al policía de la aduana le doy la postal y con una sonrisa me dice que prefiere el pasaporte y el billete. Pasar el control de policía en Tel Aviv fue sencillo aunque al agente le sorprendió que cuando me preguntó a quién iba a ver le contestara enumerándole los más de 20 nombres de conocidos que vería en mi viaje. Un taxi me esperaba en la puerta de salida con un sonriente Quique (a partir de ahora Enrique). La vez anterior que lo vi no tenia más de 5 años, una mañana de playa, en el balneario de los Hoteles Asociados, en Tánger; ahora con su barba, gafas de sol pantalones cortos y sandalias me parecía casi casi israelí. Ir a donde el vivía me parecía no un sueño pero sí algo de otro mundo; ir unos días a un kibbutz, visitar Jerusalén, y la Haifa que no visité en el 48, y muchos, muchos otros lugares.
[Enrique]
Las dos primeras preguntas fueron directas; la primera la contesté sin problema, pero para la segunda todavía no tengo respuesta. ¿Que es un kibbutz? ¿Por qué te has venido a vivir a un kibbutz? Después fueron preguntas tipo metralleta y tercer grado.
[Esperanza]
Ver Jerusalén con un guía profesional, requisito de Enrique, es viajar al pasado y al futuro sin parada en el presente; me explico: ver los lugares que siempre han sido habitados sin discontinuidad, ver y tocar el muro de las lamentaciones, es el pasado; cuando lo tocas y pones tu papelito entre las piedras con tu deseo estás en el futuro; el presente no existe. En mi próxima carta a Enrique le pediré que no deje en el tintero las respuestas que me debe.