Capitulo 9
[Esperanza]
Año 1961: Mi primer viaje a Venezuela; llego a Maiquetía en un superavión de los llamados «de propulsión a chorro», 4 motores y cientos de pasajeros muy bien atendidos por el personal de Viasa, línea aérea bandera del país. Mi primer shock fue ver una autopista en donde la velocidad de los coches era tremenda. Me quede solo un día en Caracas, en donde mis paisanos tienen buenos negocios. Me cuentan que un tangerino fundó una fábrica de pañales, que fue tan famosa que se convirtió en el nombre genérico., me refiero a Mami.
Viajar por la costa y llegar a Puerto La Cruz con parada en Barcelona fue algo mas que agradable, pues los descansos en puestos de bebidas y comida te hace el viaje sumamente placentero. Nunca olvidaré las arepitas, el sancocho, y tantos y tantos platos sabrosos. Los jugos de frutas son inigualables, frescos y de fuerte sabor. En Puerto la Cruz conocí a la familia Sol, de origen español y a la familia Bisquerra-Amorós, parientes de los Chappory, que han estado con nosotros en Tánger.
Como no hablo de política, no menciono quién gobernaba; pero lo que si noto es que hay dinero, comida y niños bien alimentados y mucho calor. Mis viajes no son turísticos aunque no evito esos lugares, disfruto de viajar para ver y conocer, y volver a ver a mi gente, a los amigos y a los amigos de mis amigos; cualquier trabalenguas con la palabra amigo suena bien. Tengo en mente volver en el año 2019 pero ya veré si vuelvo o no.
[Enrique]
Mis siestas. No me creo que una tercera parte de nuestra vida nos la pasemos durmiendo, quizás en la cama, pero no dormidos. Siesta por obligación, olor a las impecables sábanas secadas al sol frente a los eucaliptos, la pared a escasos diez centímetros de mis ojos, muy abiertos, tan abiertos que todavía me duelen. Seguir a una hormiga con la mirada durante una hora y media requiere de una gran destreza visual y manual; manual al tener que hacer de pared con un dedo para que la hormiga no se escape. Si en aquella época hubiesen existido los juegos electrónicos habría sido todo un campeón. Al levantarme de la siesta no podía presumir de mis éxitos, quizás por ello ahora presumo de los que no debería contar. La obligación en Tánger de que los niños, y no tan niños, hicieran la siesta conseguía que el descanso obligado nos mantuviese más activos.