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Capitulo 22

Capítulo 22
{Esperanza}
 Estos días Enrique ha estado muy insistente en que hable sobre el futuro, él y todos sabemos que no puedo ir al futuro, solo a los años que están entre 1903 y 2018, así que lo único que puedo hacer es dar mi opinión de lo que puede pasar, o mejor dicho, de como será el futuro. 
Dentro de muchos años no habrá vehículos para el transporte ni aviones ni barcos, ya que podremos estar en varios sitios a la vez, tal y como hago yo en la actualidad. No creo que sea necesaria la muerte como castigo, me explico: nadie morirá como ahora, ya sea por enfermedad o por edad, lo cual es un castigo, de hecho, me atrevo a predecir que nadie morirá. Los recuerdos de más de cien años desaparecerán de nuestro cerebro. En fin, el futuro será impredecible, pero (estoy sonriendo) llegará. 
Ahora estoy en 1959, sentada en el suelo del cuarto del piano, en donde mi hermana Eugenia está poniendo, con el proyector, películas de 8 mm a sus nietos, y aprovechando que  no pueden  verme me río a carcajadas aún más altas que las de mis sobrinos, que creo que se oyen hasta en el faro de Malabata y se reenvían hasta Gibraltar; bueno, exagero un poco, pero quiero contar lo bien que lo pasan los niños con las aventuras que se proyectan en una pared. 
Le pido a Enrique (que en aquel entonces era Quique y que todavía oigo sus risas) que ponga un trocito de una de esas películas aquí, en la novela; aquí, en Facebook; aquí, en la web. Por cierto, si en aquellos años digo una de esas dos últimas palabras me encerrarían en un manicomio (sigo sonriendo). Prometo que algún día pondré una foto mía para que veáis cómo era en el año 1903. 
{Enrique}
 Ayer vi por videoconferencia a mi nieto Itamar, él en Israel y yo en Mallorca, a tres mil kilómetros de distancia en línea recta, Yo no quitaba la vista de la pantalla para no perderme ninguno de sus movimientos, ni su media sonrisa cuando me miraba y cómo no entendía lo que su padre (mi hijo Nir) le explicaba sobre las distancias, sobre lo lejos que su abuelo estaba. Itamar pensaba que su abuelo podía estar en dos sitios a la vez, naturalmente que tenía razón, allí estaba yo, abrazándolo y dándole un pellizco en su mejilla (no estoy sonriendo y tengo que buscar un pañuelo para secar el teclado de las dos lágrimas que han caído), una vez secado el teclado del portátil, sonrío de la suerte de tener un nieto que mira de reojo a su abuelo y que ha sentido un pellizco en su carita.

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